Tuesday, June 2, 2015

EL CREADOR DE ENIGMAS






Alan Turing tenía 42 años, una mente prodigiosa y un alma sensible como las alondras que buscan refugio en las arboledas de Maida Vale, junto al Gran Canal de Westminster.


Antes de suicidarse por morder una manzana envenenada con cianuro, pensaba en Blanca Nieves y la bruja malvada. ¿Cuántos tipos de veneno pueden ser encontrados en la naturaleza?, los más letales, los más anodinos.


Se preguntaba con sincero afán científico qué secreto código matemático existe en las células de todo ser vivo para seleccionar sin error la parte correcta, el órgano exacto que habrá de constituir la forma, el color, la función y la sustancia que a cada cuál le es inherente y lo distingue. Por ejemplo, las células que forman los pétalos de una flor son diferentes a las destinadas a formar las hojas de la planta. Del mismo modo que las rayas de una cebra, unas blancas y otras negras, proceden de células distintas.


Con extremada paciencia encontró la clave para descodificar los enigmas secretos de los nazis que dieron el triunfo a los aliados en la Segunda Guerra Mundial. 


Tuvo el genio de inventar un sistema de cómputo binario y crear así la primera computadora en Manchester. La revolución cibernética y la era digital daban comienzo. “Algún día en el futuro, una muchacha en un parque podrá decir: que lindo día, desde su pequeña computadora.”


Sufrió la condena judicial de ingerir estrógenos químicos que acabaron con sus testículos y le hicieron crecer un busto de mujer, castración química, sólo por ser homosexual.


Me pregunto si una disculpa del gobierno británico es suficiente para paliar su dolor, su desencanto del mundo, de su gobierno y sus leyes, en quienes confió y a quienes sirvió, más que ninguno.

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